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domingo, 17 de agosto de 2014

"LAS PALABRAS" (SARTRE)


I  -LEER (FRAGMENTO)

En Alsacia, alrededor de 1850, un maestro, agobiado por tantos hijos como tenía, decidió hacerse tendero. Pero el exclaustrado quiso una compensación; ya que renunciaba a formar las mentes, uno de sus hijos formaría las almas; habría un pastor en la familia y sería Charles. Charles se escapó, prefirió correr por los caminos detrás  de una amazona. Se volvió su retrato de cara a la pared y se prohibió pronunciar su nombre. ¿A quién le tocaba? Auguste se apresuró a imitar el sacrificio paterno: entró en el negocio, que le gustó. Quedaba Louis, que no tenía ninguna predisposición acentuada; el padre se apoderó de este muchacho tranquilo y le hizo pastor en un abrir y cerrar de ojos. Louis llevó su obediencia hasta engendrar a un pastor a su vez, Albert Schweitzer, cuya carrera se conoce. Pero ocurrió que Charles no había encontrado a su amazona; el hermoso gesto del padre le había dejado su huella: durante toda su vida mantuvo el gusto por lo sublime y puso todo su empeño en fabricar grandes circunstancias con pequeños hechos.
(...)quería entregarse  a una forma atenuada de espiritualidad, a un sacerdocio que le permitiese  relacionarse con amazonas.
(...) tenía la costumbre de decir: "Louis es el más piadoso; Auguste el más rico; yo soy el más inteligente". Los hermanos se reían y las cuñadas se mordían los labios.
En  Mâcon, Charles Schweitzer se había casado con Louise Guillemin, hija de un abogado católico. Louise aborreció el viaje de novios; Charles la raptó antes de terminar la comida de bodas, la metió en un tren. A los setenta años Louise seguía hablando de la ensalada de puerros que les habían servido en un comedor de estación: "Se comía todo lo blanco y me dejaba lo verde". Pasaron quince días en Alsacia sin dejar la mesa; los hermanos se contaban en su dialecto historietas escatológicas; el pastor se volvía hacia Louise de vez en cuando y se las traducía, por caridad cristiana. No tardó en conseguir los certificados especiales que la dispensaron del comercio conyugal y le dieron el derecho de tener habitación aparte. Hablaba de sus dolores de cabeza, adquirió la costumbre de quedarse en la cama, se puso a odiar el ruido, la pasión, los entusiasmos, toda la vida gruesa, grosera y teatral de los Schweitzer. Esta mujer viva y maliciosa pero fría, pensaba derecho y mal, porque su marido pensaba bien y torcido; como él era mentiroso y crédulo, ella dudaba de todo: "Pretenden que la tierra gira: ¡qué saben ellos!"

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