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martes, 13 de septiembre de 2016

DIARIO ÍNTIMO: Enrique Federico Amiel.



A 18 de agosto de 1873 (Scheveningen).Ayer domingo, paisaje claro, vivo y limpio, aire tónico, la mar alegre y de un azul ceniciento. Hermosos efectos de playa, de marina y de lejanía; hermosos regueros de oro sobre las olas, cuando el sol desciende bajo las bandas vaporosas del cenit, antes de sumergirse en las brumas del horizonte marino. Multitud considerable. Toda Scheveningen y toda La Haya, la aldea y la capital inundaban la terraza cubierta de mesas, y sumergían a los extranjeros y a los bañistas... La orquesta tocó Wagner y valses de Auber. ¿Qué hacía la gente? Gozaba de la vida.
Mil pensamientos erraban en mi cerebro. Reflexionaba en los siglos de historia que son necesarios para hacer posible lo que veía, Judea, Egipto y Grecia; Germania, la Galia y todos los siglos, desde moisés a Napoleón, y a todas las zonas, desde Batavia a la Guyana, habían colaborado en esta reunión. La industria, la ciencia, el arte, la geografía, el comercio y la religión de todo el género humano se encuentran en cada combinación humana, y lo que existe a nuestra vista, en un punto, es inexplicable si no se toma en cuenta todo lo que fue.El entrelace de los diez mil hilos que teje la necesidad para producir un solo fenómeno es una intuición estupenda. Nos sentimos en presencia de la ley, entrevemos el taller misterioso de la Naturaleza. Lo efímero percibe lo eterno.
¿Qué importa la brevedad de nuestros días, si las generaciones, los siglos y los mismos mundos no hacen sino reproducir hasta lo infinito el himno de la vida en las cien mil formas y variaciones que componen la sinfonía universal. El motivo es siempre el mismo; la mónada no tiene sino una ley; las verdades no son sino diversificaciones de una sola verdad. El universo representa la riqueza infinita del espíritu que en vano desea apurar todos los posibles, y la voluntad del Creador que quiere hacer partícipe al ser  de cuanto duerme en los limbos de la omnipotencia.
Contemplar y adorar, recibir y restituir, cantar una nota y mover un grano, es todo lo que necesita el efímero; eso basta para motivar su aparición fugitiva en la existencia...

SB.

                                               Enrique Federico Amiel.