A primero de octubre de 1949 - (...) La tarea histórica del cristianismo es sufrir, de siglo en siglo, una nueva metamorfosis y espiritualizar más y más la inteligencia de Cristo y la de la Salvación.
Estoy asombrado de que el judaísmo y el formalismo subsistan aún, cuando desde hace diecinueve siglos el Redentor proclamó que la letra mataba y que el simbolismo estaba muerto. La nueva religión es tan profunda, que ni aun en el presente ha sido comprendida, y hasta parece blasfematoria a la mayor parte de los cristianos. La persona de Cristo es el centro de la revelación. Revelación, redención, vida eterna, divinidad, humanidad, propiciación, encarnación, juicio, Satán, cielo, e infierno, todo esto está materializado, se ha condensado, y presenta la extraña ironía de tener un sentido profundo y de ser interpretado carnalmente. El valor y la libertad cristiana están por conquistar. La Iglesia es la herética, la Iglesia ante la cual estamos turbados y con el corazón lleno de timidez. Quiérase o no, hay una doctrina esotérica. Hay una revelación relativa: entramos en Dios tanto como Él entra en nosotros, así lo dice Angelus: "creo que el ojo con que yo veo a Dios, es el mismo con que Él me ve" (Johan Scheffler, o sea Angelus Silesius, 1624/ 1677, Alemania)
Si el cristianismo desea triunfar del panteísmo, debe absorber a este último. Para nuestros pusilánimes de hoy, Jesús podría estar contaminado de un odioso panteísmo, pues ha confirmado aquella frase bíblica: Vosotros sois dioses; y lo mismo San Pablo, quien dice que somos la raza de Dios.
Hay que dar a nuestro siglo una nueva dogmática, es decir, hay que darle una explicación más profunda de la naturaleza de Cristo y de las claridades que proyecta sobre el Cielo y sobre la humanidad.
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El heroísmo es el triunfo brillante del alma sobre la carne, es decir, sobre el temor: temor a la pobreza, al sufrimiento, a la calumnia, a las enfermedades, al aislamiento y a la muerte.
No hay piedad seria sin heroísmo. El heroísmo es la concentración deslumbradora y gloriosa del valor.
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El deber tiene la virtud de hacernos sentir la realidad del mundo positivo, despegándonos al mismo tiempo de él.
Enrique Federico Amiel (DIARIO ÍNTIMO)
s.b.