(continuación)
A 8 de abril de 1863 (Continuación) ¡Qué potencia filológica y literaria la de Víctor Hugo! Posee todas las lenguas, contenidas en nuestro idioma: la del palacio, la de la bolsa, la de la marina y la guerra; la de la filosofía y la del presidio; la de los oficios, y la de la arqueología, la del librero y la del pocero. Todas las antigualllas de la historia y, de las costumbres le son conocidas, lo mismo que le son familiares todas las curiosidades del suelo y del subsuelo. Tal parece que volvió al revés a su París y que le conoce por encima y por debajo como podemos conocer uno de nuestros bolsillos. Tiene una prodigiosa memoria y una imaginación fulgurante. Es un visionario que domina sus fantaseos, que maneja a su voluntad las alucinaciones del opio y del haschich sin dejarse sorprender, que ha hecho de la locura uno de sus animales domésticos y que cabalga con admirable sangre fría en la pesadilla, el Pegaso, Hipogrifo y la Quimera . Éste fenómeno psicológico es el mayor interés.
Víctor Hugo, dibuja con ácido sulfúrico, y alumbra con luz eléctrica, ensordece, ciega y envuelve en un torbellino a su lector en vez de encantarlo o persuadirlo. La fuerza, a ese grado , es una fascinación; sin cautivar aprisiona, sin encantar hechiza. Su ideal es lo extraordinario, lo gigantesco, lo vulnerante y lo inconmensurable; sus palabras características son inmenso, colosal, gigante y monstruoso. Halla medios para llevar al colmo hasta lo infantil y lo ingenuo; lo único que le parece inaccesible es lo natural. En dos palabras: su pasión es la grandeza; su error es el exdceso; su sello, lo titánico, acompañado de la disonancia extravagante de la puerilidad en la magnificencia; su parte débil es la mesura, el gusto, el sentimiento de lo ridículo y el ingenio, en la acepción más fina de la palabra (...)
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