A 18 de Mayo de 1862: Regresé desde la una y acabo de cantar todos los aires del mundo en mi cuarto de solitario. ¿Por qué tengo esta alegría? Por haber pasado una tarde saludable, rodeado por una sociedad benigna, y en medio de un conjunto de impresiones suaves. Me agradaba cuanto me rodeaba, y mi simpatía se tornó en cariño. Puse en movimiento a todo el mundo en aquella casa: padres, hijos y huéspedes, estuve riendo, jugando y loqueando; volví a la sencillez infantil y al goce ingenuo y elemental que tanto bien me hace. Sentía yo la influencia irresistible y conquistadora de la bondad. La que multiplica la vida,como el rocío multiplica las flores...
Todavía encuentro en mí, tesoros de candor y de abnegación, para la época en que la vida marital y la paternidad vinieran a reclamarlos. No tengo ninguna ambición mundana, la vida de familia y la vida de inteligencia son lo único que me sonríe. Amar y pensar, son mis únicas necesidades exigentes e indestructibles (...)
Los verdaderos artistas, los verdaderos filósofos y los verdaderos religiosos, sólo gustan de la simplicidad infantil o de la sublimidad de las obras maestras, es decir, de la naturaleza pura o del ideal puro. En mi pobreza siento lo mismo. Todo lo intermedio me hace sonreír . Es preciso adaptarse, pero mi gusto tiende hacia otra parte. En el mundo encontramos semiciencia, semitalento, semidelicadeza, semielegancia y semimérito; ése es el mundo,y ¿qué haremos del mundo sino una escuela de paciencia y de dulzura? Pero Para la bondad No tengo ya crítica, resistencia ni reserva; le perdono todo porque se sobrepone a todo. Tengo hambre y sed de simple bondad, porque ahora, la burla, la sospecha, la maledicencia, la envidia, la amargura, los juicios temerarios y la malicia corrosiva, usurpan un lugar creciente, y producen en la sociedad la guerra de todos contra casi todos, y en la vida privada la aridez del desierto.(...)
Enrique Federico Amiel.
S.B.
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