FUE UNA TARDE EN SEVILLA
Fue una tarde en Sevilla... De sus ojos morunos
brotó la dulce llama de una flecha de amor...
Tení un raro encanto de serpiente y de tórtola,
con la mantilla alzada sobre su peinetón.
En la pequeña mano, de adorables hoyuelos,
jugaba el abanico su nervioso jugar.
¡Y sombreados y rojos los labios se entreabrían
con un fuego salvaje que no he visto jamás!
El zapatito blanco daba cauce a la onda
vertiginosa y fina del empeine del pie:
que la falda, celosa, con dulce tiranía, descubría y cubría para ver y no ver.
Su cuerpo era una de esas formas de carne viva
donde vaga el deseo con pálido temblor.
¡Su cuerpo lo forjaron los sueños de un asceta mordido por la vida y azotado por Dios!.
Vertían los naranjos su perfume embriagante.
Cantaban las cigarras... Muertas de languidez
las horas se dormían, y entre los alelíes
volaban las abejas con un beso de miel.
Fue una tarde en Sevilla... de sus ojos morunos
brotó la dulce llama de una flecha de amor...
¡Y llevo desde entonces, clavado hondamente, como siete puñales
sobre mi corazón.!
S.B.
Ernesto Mario Barreda.
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