A 11 de Abril de 1865.- Medí y me probé la manta gris perla con la que se quería reemplazar mi abrigo montañés. Este viejo servidor que me acompañaba desde hacía diez años en todas mis excursiones y que evoca tantos recuerdos poéticos y encantados, me gusta más que su brillante sucesora, aun cuando ésta me sea ofrecida por una mano amiga. Pero. ¿hay algo que pueda sustituir el pasado? Y los testigos de nuestra vida, aunque inanimados, ¿no tienen un lenguaje para hablarnos? Glion, Villars, Albisbrunnen, el Righi, el Chamossaire y tantos otros lugares, han dejado algo de sí mismos en las mallas de este tejido que forma parte de mi biografía íntima.
La manta es por otra parte el único vestido caballeresco del viajero
actual, el único que puede prestar a las damas los servicios más variados. ¡Cuántas veces la mía les ha servido de cojín, de capa, de abrigo sobre el húmedo césped de la montaña, o sobre los asientos de roca dura, o contra lo fresco de la sombra de los pinos, ya en los altos, o en las marchas, durante las lecturas o conversaciones de la vida montañesa. ¡Cuántas amables sonrisas me ha proporcionado! Todo en él me es querido, hasta sus rasgones, porque sus heridas son anécdotas y sus cicatrices son galones.
Los autores de tan gloriosas cicatrices fueron : un avellano en Jaman, una correa en el Frohnalp y una zarza en Charnex; y en cada una de esas ocasiones hubo agujas de hada para reparar los desperfectos.
Mon vieux manteau, que je vous remercie,
Car c`est â vous que je dois ces plaisiers!
Enrique Amiel
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