¡No! Yo no vengo a invocar a Jesucristo
ni a levantar al cielo mis plegaria.
Sólo a intentar hablar conmigo mismo
y a pronunciar tan sólo mis palabras.
Y en vez de arrodillarme, a paso firme,
con la frente arrogante me levanto,
porque esta confesión solemne y triste
lleva marcados ya todos los pasos.
y al pensar me parece redimirme,
y al redimir mis sueños es que espero
con mis locas palabras escribirte.
Lejos, muy lejos de mi patria, entiendo
que parecen mentiras las palabras.
( Son tan pequeñas algunas...) Y comprendo
que en pocas letras se resume un alma.
Porque al pensar en Dios sólo te miro,
y al invocar tu nombre me parece
que todo el cielo con su azul divino
bordó tu noble corazón por siempre.
¡Qué poco dicen, madre, las palabras!
Y qué mentiras forman, cuando, juntas
en la frase textual, parece que hablan
cuando son en verdad tristes y mudas.
Hasta entonces creía que era cierto
que los hombres no lloran. Y esta tarde,
al declinar la luz, sentí en mi pecho
la terrible verdad de no escucharte.
Y al mirar hacia un lado, al campanario
de la cercana iglesia lugareña,
escuché en los tañidos que tus labios
no me besaban ya como tu besas.
Y sentí la campana tan adentro
desgarrando la entraña de mi vida,
que en cada golpe de los seis tormentos
sentí correr el llanto en mis mejillas.
A mi lado, un amigo emocionado
alabó la hermosura de la tarde,
mientras iba mi pecho desgarrado
buscándole el adiós a cada frase.
Una frase. Una letra. Una palabra.
¡Qué poco saben los que no han llorado!
No han sabido mirarse en tu mirada
ni sentir la dulzura de tus labios.
HELI COLOMBANI (Venezuela)
S.B.
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