A 9 de Agosto de 1862.- La vida que quiere afirmarse en nosotros, tiende a restaurarse sin nosotros; repara sus brechas por sí misma, arregla sus telas de araña después de que han sido desgarradas, y restablece las condiciones de nuestro bienestar; vuelve a tejer la venda para nuestros ojos, reanima la esperanza en nuestros corazones, vuelve a infundir la salud a nuestros órganos, y dora de nuevo la quimera en la imaginación. Sin esto, la experiencia nos habría estropeado, gastado, cansado y marchitado sin remedio, demasiado prematuramente, y el adolescente sería más viejo que un centenario. La parte mejor de nosotros sería, pues la que se ignora a sí misma; lo más razonable en el hombre, es lo que no razona; el instinto, la naturaleza, la actividad divina e impersonal, nos curan de nuestras locuras personales; el genius invisible de nuestra vida no se cansa de proporcionar tela a las prodigalidades de nuestro yo. La base esencial, maternal de nuestra vida consciente, es nuestra vida inconsciente, que vemos tanto como el hemisferio exterior de la luna ve a la tierra, no obstante hallarse ambas invencible y eternamente ligadas. Es nuestro ayrBk0oy, para hablar con Pitágoras .
S.B.
Enrique Federico Amiel (Ginebra, Suiza)